– Chúpame la uña.
No, no es una palabra clave, ni una forma de hablar, ni de llamar a la punta de nada, solo esa parte de los dedos, de los veinte dedos, que no centímetros. ¡DEDOS! ¿Quedó claro?
No ha podido decir lo que yo he creído oír, pensé, una persona normal, en medio de una conversación, no puede hacer semejante propuesta.
– ¿Qué has dicho?
– Chúpame una uña.
Pues he entendido bien, pensé.
(Lo que sucedió a continuación no lo recuerdo con exactitud. Quedé en estado de shock. Aun así intentaré que sea lo más fehaciente posible.)
– ¿Por qué debería chuparte nada?
Soy curiosa y quería entender. ¿Qué tenían de especial sus uñas? Prefiero las mías. Quizá algún fetiche…
Y me la acercó a la cara.
– Venga, chupa.
Mis papás me dijeron que no aceptara uñas de desconocidos, pero nos conocemos…
– ¿Dónde la has metido? –pregunté.
– ¿No quieres saberlo?
Claro. Repito: soy curiosa. Pero, ¿y si está envenenada?
– ¿Cómo murió Henar?
– Le clavaron una uña por la espalda.
– Fue marcada por la uña del destino.
– Ojo por ojo, uña por uña.
– Chupó lo que no debió.
– He oído que se atragantó cuando se mordía las uñas.
– ¿A quién se le iba a ocurrir poner cianuro en una uña? El mejor homicidio de la historia.
– Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto en una uña.
– Era alérgica a los cacahuetes que el homicida había comido.
– Víctima de la uña en serie
– …
No quiero que me conozcan así.
– Tú primero –sugerí.
Observé con pulcritud su cara al llevarse el dedo a la boca y saborearlo. No parecía que de un momento a otro le fuera a dar un ataque y le fuera a salir espuma por la boca, tampoco que fuera algo asqueroso. Pero, luego pensé: Los fluidos propios no son tan repugnantes, ¿no? No es lo mismo cualquier guarrería tuya que la de otra persona. No lo iba a hacer. Soy demasiado desconfiada. Peleamos y ganó. Me forzó. Su uña sabía a esmalte antimordeduras.
Que asco. Es algo que no haría.
Por anti higiénico, o por cualquier motivo, que se me pase por la cabeza.
No no y no
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Conozco a gente rara.
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Sabía a esmalte, y era esmalte?
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Quiero creer que sí.
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Sin duda te juntas con gente rara. Quién era? Tu chico?
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Le he prometido el anonimato. Solo diré que es una extraña amiga.
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O_o’ cada quien que encontramos hoy en día O_o’
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La gente nunca dejará de sorprender.
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Esta claro que es un onanista
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Yo diría uñanista.
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Dime con quien andas y te diré como eres. Es un refrán tan real como la vida misma, o sea lo que quiero decir es que somos raros, tan raros como tu «amiga» aunque no en el mismo sentido. Saludos y buen domingo. 🙂
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Dios los cría y ellos se juntan, también valdría.
Feliz lunes y un abrazo.
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Bella aunque extraña y alocada forma de pasar de niña a mujer.
No se lo digas a nadie, henar … sigues siendo genial … cuidado con las uñas.
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Hombre… Yo no sé si lo describiría así. Sí, maduré, pero pasar a mujer… Todavía soy una niña o procuro sacarla siempre que puedo porque es la es que genial. Te guardaré el secreto.
Feliz noche, Enric.
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Pingback: Quinto mes | Pensando en la oscuridad
Podría haber sido peor. Yo siempre que he escuchado una frase empezando con «Chúpame» no ha terminado igual de bien…
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Es que «chúpame» suena demasiado brusco. «Lámeme» quizá suene mejor o no.
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Jajaja, suena igual de brusco, pero con el otro género. De todas formas, lámeme una uña…
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¿Rechupetear entonces? Parece más inocente, aunque me viene una imagen espeluznante de alguien sin dientes comiendo un Chupa-chups.
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Jajaja, no sé yo qué es peor, si esta por espeluznante o las otras! 🙂
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Tengo más sinónimos, pero como dices, no sé si van a ser mejores… Vamos a dejarlo aquí, antes de evocar imágenes más traumáticas.
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No me deja comentar en el de los zombis. Quería decir que un apocalipsis zombi es lo que nos hace falta para poder matar sin remordimientos a toda esa gente que odiamos
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Yo siempre lo he dicho. A veces, hasta me apetece que llegue el apocalipsis.
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