Republishing: No se lo cuentes a nadie

Hello darlings.

¿Os imagináis que ahora de repente empiezo a publicar en inglés? Si pasa, sería obvio que el espíritu de algún guiri me ha poseído para pasar unas vacaciones y tornar mi piel de color gamba. Hasta que se dé el caso, tendréis que conformaros con mi rudimentario castellano y alguna que otra palabra suelta en inglés, que solamente usaré para parecer más cool.

Republishing: Republicación, según el traductor de Google, claro.

Porque me mudo a Madrid, tengo que rascarme los granos de los mosquitos segovianos y esto va a quitarme tiempo, he decidido dejaros con capítulos pasados. En mi defensa, para que nadie me llame cansina, anuncio que he elegido aquellos en los que aparecen artistas invitados.

En primer lugar, un relato a pachas que escribí con Gustavo. Dicen que siempre se recuerda la primera vez, no sé si porque suele ser un desastre traumático. Para mí, este desvirgar, en lo que a colaborar se refiere, fue una experiencia gratificante. Disfruté mezclando mis letras con las de este costarricense, administrador del blog «Quiero creer». Dada su imaginación, era de esperar, ¿verdad?

Sin más, les dejo con la culminación.


1 de agosto de 2015

No se lo cuentes a nadie

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I. Introducción

Henar de Andrés

– Me ha pasado una cosa muy rara –susurraba–, pero me tienes que prometer que no se lo dirás a nadie. No quiero que piensen que he perdido un tornillo.

No estaba segura de querer saberlo. Qué oño, claro que quería.

Ivón, entre espasmos causados por el nerviosismo, me relataba lo que le había pasado la noche anterior, haciéndome creer que, efectivamente, había perdido más de un tornillo, si no era el juego entero. Decía que la niebla, que surgió de la nada, había hecho desaparecer a un hombre, y no solo eso, después también la persiguió a ella.

– Cariño, vivimos en Galicia. Aquí la niebla es densa… La niebla no mata, solo causa accidentes… Tu imaginación te ha jugado una mala pasada… Deja de leer a Stephen King… Ya verás cómo te cruzas mañana con ese hombre por la calle…

Cuando se fue de mi casa parecía más tranquila.

Llamé a Nadia para contárselo. Dijo que no se lo dijera a Nadie, Nadia no era Nadie, era Nadia. Nadia era mi confidente. Siempre le contaba todo, como Ivón hacía conmigo. Sabía que era de fiar porque ella guardaba algunos de mis secretos. Y además me apetecía reírme del tema.

Al día siguiente, cuando fui a ver qué tal estaba Ivón, no la encontré en su casa. La neblina maligna ataca de nuevo, dije de broma para mí, ya que no había nadie en los alrededores que pudiera disfrutar de mis gracias, o quizás sí. Cuando estaba dispuesta a salir a la calle, antes de abrir la puerta del portal, me percaté que el día soleado había desaparecido y en su lugar todo estaba cubierto de ese manto brumoso y blanquecino. Había aparecido de la nada, como dijo Ivón, y apenas me dejaba ver lo que sucedía en el exterior. ¿Y si todos estaban desapareciendo? Recordé que en las películas de miedo siempre está el tonto que no cree nada y se aventura a demostrar que todos están a salvo, obteniendo una muerte horrible. No iba a ser yo, mejor que fuera Nadia. Le mandé un mensaje para que viniera, a lo que me contestó que enseguida salía. Me senté en las escaleras a esperar por largo rato. Me estaba empezando a preocupar cuando uno de los vecinos de Ivón entró por la puerta.

– Perdone. ¿Puedo hacerle una pregunta?

– No tengo tiempo.

– No, no es una encuesta. Solo dígame si ha visto algo sospechoso ahí fuera.

– ¿Sospechoso?

Tuve que explicarle mi repentino miedo. No nos conocíamos y me daba igual que pensara que estaba loca. El tonto de la película me demostró que no. Salió a la calle y se quedó al lado del cristal, saludándome con una sonrisa que desapareció cuando la niebla lo envolvió, ese ácido o lo que fuera. La verdad es que no parecía doler. No gritaba, aunque su cuerpo se parecía bastante a una pastilla efervescente. Me dio tiempo a hacer un vídeo con el móvil. Así me creerían. Así podría advertirlos.

II. ¿Dónde está mi gato?

Gustavo Picado

Mmm… vamos a pensar en esto con frialdad… “tenemos una neblina asesina que mata a la gente desintegrándolos poco a poco, de la misma forma en que una pastilla efervescente se desintegra en el agua, ¿de dónde viene tal neblina?, ¿cómo actúa?, ¿es un fenómeno natural o alguna especie de contaminación atmosférica que alguien o algo deliberadamente ha expulsado en el aire para cometer un genocidio de magnitudes históricas?, ¿será posible que la neblina no sea lo que mate o “desaparezca” a las víctimas, y que detrás de ella se esconda alguna presencia maligna que se alimente de ellas?, ¿existirá alguna forma de escapar del efecto de la neblina asesina?, ¿cuánto tiempo durará este fenómeno?, ¿cuál será la mejor forma de estudiarlo?, ¿tendrá lugar en todo el mundo o se dará solo a nivel regional?… y por último ¿por qué no a mí?…”

Mi nombre es Francisco. Y lo que acabo de escribir lo tengo anotado en este cuaderno de notas donde trataré de narrar los últimos acontecimientos. No sé para qué, porque aparentemente soy el último hombre sobre la faz de la tierra. Aun así, creo que es probable que más personas estén con vida, porque si la niebla no me afectó a mí, tal vez no afecte a otros. Pero… ¿qué es lo que tengo yo que no me desintegré al contacto de la niebla como les ocurre a los demás?
No hay electricidad ni telecomunicaciones de ningún tipo. Escribo esto por la noche, bajo la luz de las candelas. Es seguro que mañana mis ojos amanecerán enrojecidos, pero era escribir o llorar. Y prefiero escribir. Desde que una chica subió un video a YouTube en el que supuestamente alguien desaparecía espontáneamente y sin explicación en medio de la neblina; se desató el caos. La gente creyó que era uno de tantos videos insulsos y estúpidos que había en la red o una simple broma y por ello no tomaron con seriedad la amenaza de la niebla; y en lugar de huir se le entregaron entre risas y alegría…Qué irónico…

Para mí todo comenzó cuando un día cualquiera me desperté luego de un sueño macabro. Alguna cosa horrible soñé porque amanecí con el corazón acelerado; y lo más sorprendente fue, que mi gato no llegó a la hora acostumbrada a despertarme como todos los días, se subía a mi cama y ronroneaba a mi oído y hasta arañazos me daba con tal de que yo le diera de comer. Siempre lo hacía antes de las seis de la mañana el muy cabrón (aunque ahora desearía tenerlo conmigo). Y ese día como no apareció el felino y sumado a la fiesta nocturna, me levanté a las once. Mi perro no aparecía tampoco; pensé que se había salido a la calle, como otras veces había pasado, y que luego volvería por sí mismo. Pero pronto me daría cuenta de que no era así.

Lo primero que hago al despertar es tomar agua fría. Fui al refrigerador y saqué una botella, pero se dio la primera sorpresa: no estaba fría, estaba a temperatura ambiente como si el refrigerador no sirviera, entonces me di cuenta de que no estaba funcionando, estaba apagado o desconectado, pero ¿cómo?, si yo vivía solo y no recordaba haberlo apagado… revisé todo, estaba conectado, estaba encendido; así que la única explicación era que se hubiera ido la luz. Traté de encender la tv, pero tampoco sirvió, las luces del techo no encendieron, la computadora tampoco… pues sí; no había electricidad. Mi amigo Víctor vivía cerca, entonces quise llamarlo para ver si tenía servicio eléctrico y para comentar sobre la fiesta de la noche anterior, tomé mi móvil y su batería estaba más o menos por la mitad, pero no tenía señal, estaba muerto… Pensé que tal vez había una relación entre la falta de electricidad y la falta de señal… y sí. Esa relación era que, sencillamente, para ese momento la niebla ya había matado a miles o millones de personas y la sociedad tal como la conocía ahora no existía.

III. ¿De dónde ha salido este gato?

Henar de Andrés

Aquel día, el día en el que empezó el apocalipsis, como a mí me gusta llamarlo, me encerré en casa de Ivón tras descubrir la llave debajo del felpudo. Taponé cualquier resquicio por el que pudiera entrar la niebla y desde allí observé como el contador de las visitas de Youtube subía uno a uno, hasta que la conexión se perdió, unos veinticinco millones de visitas después. Sin embargo, nadie parecía tomarme en serio. Cada comentario era una burla o un halago al fake. Ay, ilusos, ahora la mayoría estáis muertos, ¿eh?, pensé. Sí, la sociedad se había terminado por ir al carajo. Ya no había forma de comunicación posible, ni electricidad. Quise ser razonable. No podía perder los nervios ahora, ya los perdería más tarde cuando no me quedara comida. En ese instante iba a darme un banquete con todo lo que tuviera Ivón en la nevera y que no necesitara de preparación. No es plan hacer un fuego y morir asfixiada o en el peor de los casos quemada, teniendo una posibilidad de una muerte menos dolorosa esperándome tras las ventanas.

Estaba comiendo unos yogures con fibra cuando empecé a oír explosiones. No me preocupé, estaban lejos. Supuse que serían coches o el ejército tirando bombas sobre la niebla, intentando contenerla. Ni idea. No podía ver nada a través de los cristales. Intentaba no pensar en que era el fin, que la niebla se había comido el paisaje para siempre, que no volvería a ver el sol, ni a otra persona con vida, y de pronto apareció. ¿Era inmune?, ¿qué tenía de especial?, ¿los animales no eran víctimas dignas de la neblina asesina? Me miraba con esos ojos verdes y brillantes o miraba el yogur que tenía en las manos, pero eso lo ignoré. Me convencí de que ese gato necesitaba mi ayuda, dado que su dueño seguramente estuviera muerto, y en un acto de valentía abrí la ventana, lo agarré y cerré. Parecía que seguía de una pieza. Mi mano seguía en su sitio. El gato me miraba extrañado, aún con las uñas clavadas en mi querida piel.

– Hola, minino. Me llamo Vera, ¿y tú?

Si me hubiera llegado a responder, me hubiera dado un ataque allí mismo.

Miré el collar a ver si tenía algún nombre y no encontré nada.

– Pues te llamaré… ¿Tirso? ¿Qué, no te gusta? Qué exigente. Veamos, ¿Calcetienes? No, es muy típico. Te llamaré Héroe.

Ese nombre pareció gustarle y, además, le iba que ni pintado. Él fue el que me mantuvo cuerda los siguientes tres días, todo lo cuerda que se pueda estar cuando se habla con un gato. Me hacía compañía con su ronroneo constante, o despertándome cuando tenía hambre. No fueron unos días malos hasta que se acabó la comida. Héroe y yo manteníamos un duelo de miradas que iban dirigidas a la última bolsa de patatas. Solo uno saldría con vida, y con toda probabilidad, sería él, pues tenía uñas.

– No podemos seguir así –razoné–. Es hora de que los dos seamos héroes. Deberíamos ir a la casa del vecino.

Héroe asintió, bueno, en mi imaginación.

Nos repartimos las patatas para salir con energía a una misión tan arriesgada. Por suerte el portal parecía despejado. El silencio me ponía los pelos de punta, anticipándome a la niebla que subiría por las escaleras y me cogería, pero no pasó. Intenté forzar la puerta con una tarjeta como tantas veces había visto hacer en las películas. No era tan fácil como parecía. Me desesperaba mientras el gato no hacía nada, más allá de lamerse sus partes íntimas y lanzarme miradas reprobatorias. Probé con varias puertas hasta que lo conseguí. Para mi horror, la casa estaba inundada por la niebla. Cerré los ojos y…

IV. Soy Inmune

Gustavo Picado

Todo estaba muy extraño aquel día. Sin señal en el teléfono, sin electricidad, no escuchaba ruidos en la calle, no escuchaba vehículos ni el tren… mis animales desaparecidos… Me dio por observar a través de la ventana y para mi sorpresa una muy espesa neblina se había posicionado a nivel del suelo, dominando el panorama. Casi a medio día, parecía ese momento en que comienza a entrar la noche. Una sensación de parálisis me produjo aquella tétrica visión. Me puse una camiseta cualquiera y tomé unas sandalias para salir, ahora sí comenzaba a sentirme realmente asustado. Abrí la puerta, y comprobé que había que hacer un gran esfuerzo para diferenciar con claridad los diferentes objetos que componían el ambiente alrededor. Luego de dar unos pasos choqué contra un hidrante que no logré ver, tropecé con una bicicleta de algún niño, y me era muy difícil orientarme con esta neblina que empezaba a parecerme aterradora. Me quiso entrar la desesperación e intenté volver a mi casa. Imposible. No tenía ni idea de dónde estaba. De repente la neblina se empezó a poner más y más espesa; sonará extraño, pero inclusive diré que se estaba poniendo “agresiva”, me costaba respirar, empecé a sentir frío y me empezaron a arder los ojos. El paso de la neblina por mis piernas me producía una sensación de espanto; aparte de que hacia un par de días atrás mi gato me dejó unas profundas heridas en la pierna izquierda cuando me mordió porque sin querer le majé su cola. Creí que iba a morir. Pero cuando empezaba a arrepentirme de todos mis pecados, una suave y tibia brisa llegó hasta mí y poco a poco empezó a mover la espesa niebla que me atacaba. Abrí los ojos y noté como la neblina poco a poco se iba disipando, y a su vez me dejaba libre el panorama para así lograr reconocer el vecindario y todo aquello que me rodeaba. Aunque el alma me había vuelto al cuerpo, aún seguía en shock y más aún cuando comprobé que la neblina no se había ido por completo, y que no había nadie. Caminé y observé, grité, entré a varias casas, llegué hasta donde Víctor y no encontré a nadie… vi automóviles encendidos en plena calle pero vacíos, también había un vehículo dentro de la sala de una casa y un autobús volcado en plena calle… Inmediatamente fui al supermercado y llené un carrito de cualquier cosa que se me ocurriera que podría ser útil, no solo comida, baterías, focos, cuchillas, fósforos, candelas, y el último ejemplar de MARCA.

Dos días estuve encerrado esperando acontecimientos, pero nada. Yo sentía que en cualquier momento llegarían los zombis a convertirme en un muerto viviente más. Esa primera noche estando solo fue pavorosa. Me encerré lo mejor que pude y me preparé para escuchar el gruñir y la rabia descomunal de los que me acechaban, aunque el único ruido que capté en toda la noche fue cuando al quedarme dormido en el sillón, el foco se zafó de mis manos y cayó al suelo. Al tercer día decidí salir. Primero porque ya no tenía casi nada para comer y porque pues…estaba aburrido. Algo tenía que averiguar sobre el tema.

Me vestí y me preparé lo mejor que pude. Llevé una maleta con agua y otras reservas. La niebla seguía como el primer día, por momentos parecía desaparecer, pero luego volvía con más fuerza, y cuando una ráfaga de viento pasaba cerca, hacía un frío como nunca antes había sentido. ¿De verdad no quedaba nadie más?, llevaba ya casi dos horas de caminata (en esas condiciones me pareció muy arriesgado conducir) cuando me pareció escuchar movimientos en una casa que ya había dejado atrás. Debido a aquel absoluto silencio que reinaba desde que empezó todo, hubiera podido captar hasta el aleteo de una mosca a cien metros.

Escuché como si alguien abriera y luego cerrara una puerta, y… el ronroneo de un gato…

V. ¿Hay alguien ahí?

Henar de Andrés

Pánico. Me sentí violada durante los pocos segundos que me tocó la niebla, sin embargo, al abrir los ojos, seguía ahí, con Héroe mirándome con la oreja ladeada como diciendo que no entendía la tensión de mi cuerpo, pero era yo la que no entendía nada. No me había diluido. Seguía viva y coleando. Cogí a Héroe y bailé bajo la niebla. Daba vueltas feliz, cantando hasta que lo vi.

– ¿Hola?

No supe cómo reaccionar, no solo porque había presenciado esa situación vergonzosa, era muy raro tener delante a un persona de carne y hueso.

– ¿Ese es mi gato? –me preguntó.

Claro, quería robarme a mi Héroe. Siempre sobreviven los criminales al apocalipsis.

– Es mío –rugí apretando al gato más fuerte contra mí.

Si antes me miraba como si dudara de mi locura, en ese punto estaba convencido.

Con acento latino y alguna extraña palabra trató de calmarme, diciendo que era buena gente, que no quería hacerme daño, que había perdido a su gato cuando empezó todo y que era igual al que yo sujetaba… No me tragué nada de lo que salía de su boca a pesar de parecer simpático. Sí, me había vuelto un poco paranoica y me daba cuenta de ello, por eso quise darle una oportunidad. No tuvo nada que ver con la comida que llevaba en la mochila, ni tampoco porque me moría de ganas de probar algo caliente gracias al hornillo que había tomado prestado junto a otras cosas.

Francisco era una buena compañía. Que te respondan, siempre es agradable, aunque lo que me contaba no lo era tanto. Su experiencia afuera resultó asoladora. Nadie quedaba en los alrededores, pero quizá hubiera más gente inmune como nosotros. No me atrevía a decirle que no tuviera muchas esperanzas, que seguramente fuéramos las únicas personas dedicadas a poblar de nuevo el planeta. Nadie debe empezar así una relación, demasiada presión. Y a mí tampoco me apetecía pensar demasiado en ello. Con el tiempo ya llegaríamos a eso. Por el momento me había dejado convencer de salir a buscar respuestas.

Tras una noche en la que no pegué ojo por miedo a que me asfixiara y me robara a Héroe, salimos a la espesura. Al kilómetro ya echaba de menos mi casa, bueno, la casa de Ivón me valía, y casi me había quedado sin garganta de gritar: “¿Hay alguien ahí?”. Por supuesto, no obtuvimos respuesta. No me gustaba nada el silencio roto solo por nuestros gritos. ¿Y si estábamos llamando a la muerte? Vale que Francisco estaba resultando no ser malo, pero seguía pensando en los asesinos armados, violadores e inmorales que podían estar acechando. Y nosotros con unos cuchillos para defendernos. No, no… Yo quería una pistola. ¿Y dónde mejor para obtener respuestas que una comisaría? No quise hablarle de mi auténtica intención. No quería que pensara que le iba a pegar un tiro mientras dormía. Para paranoica ya estaba yo.
Gran idea tuvo después de probar con las radios a comunicarse. Arrancó un coche patrulla y le puso las sirenas para que se oyeran en toda la ciudad. Si hay alguien vendrá hacia aquí, dijo con una sonrisa en la cara. Al menos tendríamos chaleco antibalas y un buen arsenal para defendernos en el caso de que ocurriera.

VI. Solamente quedamos dos

Gustavo Picado

Lo único que teníamos en común esta chica Vera y yo; era el contacto con el gato, al cual ella le cambió el nombre, le cambió su dieta y le hizo cambiar sus afectos. El minino se aferró a ella y se olvidó de mí. Estoy casi seguro de que el contacto con este animal fue lo que nos salvó de la niebla, algo tenía este gato en su sangre, en su genética, en su ADN que nos mantenía inmunes a los tres. Hace cinco días estuvimos esperando en la comisaria que apareciera alguien… nada. Ni siquiera se ven animales, ayer me pareció ver algunas aves pero no sé… Vera estaba en estado de pánico; no la culpo. Debió sentirse incomoda y amenazada con mi presencia, sé que guardaba desconfianza sobre mí, pero a su vez me parece que agradeció no estar sola en sus últimos momentos. Varias veces intente tomar al gato y estudiarlo, para ver qué es lo que le daba la inmunidad a la niebla, pero ella no se despegaba de él.

Le dije a Vera que el gato era el responsable de que siguiéramos vivos, y que quería estudiarlo (sin ser médico ni veterinario, ni nada por el estilo), para ver si lograba encontrar el porqué de esta situación; pero ella se negó a entregármelo. El animal poco a poco fue experimentando algunos cambios: lo notaba más grande, como inflado del estómago y su pelaje se volvió más espeso. Al reconocerlo noté enseguida esos ligeros cambios, pero imagine que se debían al cuidado que Vera le había dado. ¡Qué equivocado estaba!

La radio en la comisaria no funcionó, por lo cual tomamos una patrulla, encendimos la sirena y recorrimos muchos kilómetros, tratando de que alguien nos escuchara, y saliera del hipotético escondite en que podría estar, pero no fue así. Durante dos semanas estuvimos rodando por todo Pontevedra, comíamos y bebíamos en los restaurantes más finos, a su manera, creo que fue divertido. Vera y yo empezamos a entrar en confianza; y el gato continuaba con sus sospechosos cambios. Su actitud hacia mí ahora era de rechazo, un día me araño cuando lo toqué por sorpresa, estaba muy gordo y dormía mucho, además de que empezó a expedir un extraño olor. Pero Vera seguía obsesionada con el animal, lo protegía, lo alimentaba, y dormía junto a él. Yo traté de explicarle que algo extraño le sucedía al “Héroe”, pero ella no me hizo caso. Mientras esto sucedía, la niebla no cesaba; aunque de vez en cuando mermaba y dejaba ver los rayos del sol. Yo sospechaba que ese gato se había vuelto maligno, tal vez su capacidad de “absorber” o de cuidarnos de la neblina estaba llegando a su límite; y sus cambios fisiológicos indicaban tal cosa. La verdad estaba seguro de que la muerte del gato implicaría también la nuestra. Claro, que nunca se lo dije a Vera, puesto que la situación la tenía muy tensa y no quería hacerla sufrir más.

Hasta que sucedió. Un día, muy temprano en la mañana, unos gritos y un gran alboroto venido de donde estaba durmiendo Vera, me despertaron. Corrí hacia allá y vi como Vera, desesperadamente, golpeaba al gato contra la pared, mientras este le aruñaba y le mordía las manos, se arrastraron por el piso, y me sorprendió la tenacidad y la fuerza del animal, sin duda ya no era normal, así que en un acto reflejo tomé una escoba y calculé el cuerpo del felino, y de un solo golpe, lo quité de encima de Vera, la cual tenía el rostro y las manos llenas de sangre. En su huida, el bicho aquel brinco sobre mí y me mordió en el cuello, como si fuera un vampiro; pero contrariamente a estos, sentí que me “inyecto” algo bajo la piel, en vez de extraer mi sangre. Y en plena mordida del animal le clavé un cuchillo que sospechosamente estaba detrás mío, sobre una mesita de noche; el animal me soltó de inmediato y salió de la casa donde estábamos.

Perdí mucha sangre, pero la mordida no toco ningún punto vital. Solo me quité la camiseta y me tapé la herida, e inmediatamente ayudé a Vera, ella estaba muy mal. El animal le dejo las manos muy rotas y profundas heridas en la cara, conseguí una tela lo más limpia posible y con la poca agua que tenía a disposición le limpié lo mejor que pude. Por lo visto cuando yo desperté, ya tenía rato de estar peleando con el gato, y pronto se durmió. Fui en búsqueda del animal, estaba furioso y quería venganza, quería matarlo… pero no logré encontrarlo, aunque por un momento me pareció escuchar su ronroneo, no estaba en ninguna parte.

A lo largo del día, Vera sufrió de ataques de pánico, estaba sudando frío, había perdido bastante sangre, y tenía calentura. Al día siguiente, su situación era critica… fui a la farmacia más cercana y busque algún medicamento, pero no sé nada de primeros auxilios y solo fui capaz de ofrecerle aspirinas. Al mismo tiempo yo mismo empecé a sentirme mal… al igual que Vera, mis heridas no estaban sanando bien, y tenía un dolor de cabeza terrible. Hice lo mejor que pude, pero a como en su momento estaba seguro de que el gato nos había salvado, ahora estaba seguro de que nos estaba matando… Cinco días después del ataque; Vera murió en medio de fuertes dolores, poderosos espasmos, y continuas pérdidas de sangre… hice todo lo posible por ayudarle, pero yo mismo estoy por dejar este mundo también… supongo que al ser mis heridas menores, el proceso de mi muerte ha sido más lento. Algo me dice que debimos alejarnos del gato desde que empezó con el proceso de cambio… Y por tal motivo, dejo constancia de todo aquí en este diario que empecé a escribir desde que empezó la niebla, Vera también escribió algunas cosas, que adjunto aquí mismo. Guardo la esperanza de que alguien lo encuentre algún día, tengo fe de que alguien sigue vivo, lastimosamente nunca sabré que es lo que realmente pasó aquí, con esta neblina, y qué relación tiene con el gato, y es precisamente eso, la incertidumbre, es lo que más me duele, casi más que la muerte misma.

Ya no tengo fuerza para escribir más…

FIN

150 comentarios en “Republishing: No se lo cuentes a nadie

  1. ¿Traslado? Mis mayores deseos de que todo sea para bien.
    Pero, como soy un cansino, no puedo dejar de pasar la ocasión sin comentar mi propia experiencia. Después de muchos años dando tumbos por esos lares lejanos, he terminado viviendo casi todo el tiempo en mi pueblo —Daimiel— y tan solo unos días a la semana permanezco en Madrid, por trabajo, claro. Nunca he terminado de ser madrileño. Aunque eso sí, si un lunes o un martes por la tarde paseas por la plaza de Felipe II me encontrarás en alguna terraza —de las pocas que quedan que no sean una franquicia— leyendo.

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    • Los ancianos, si no contáis vuestras batallitas, no os quedáis a gusto. Cuando me la repitas por tercera vez, perdona si pongo los ojos en blanco y suspiro en una búsqueda de paciencia.
      La verdad es que no me desalientas. Llevo cuatro mudanzas a mis espaldas, de mi pueblo a la ciudad, para ir luego a otro pueblo y a los dos años regresar. Me harté de Segovia. Este cambio de aire bochornoso no me disgusta. Y la posibilidad de encontrarte lo hace más interesante.

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    • ¡Que los abuelos cebolletas no podemos estar sin contar batallitas! ¡Qué falta de consideración! Si yo te contase cuando fuimos a cruzar el Rubicón y Julito se me quedó mirando como preguntándome. Pero yo me callé y no dije nada. Que luego el ni puñaladas querría compartir.
      ¿De qué te estaba hablando, hermosa?

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    • PS.- Es que ya me falla la memoria y no te he contestado lo que quería.
      ¿Cuatro mudanzas y acabas en Madrid? Tú eres de aburrirte enseguida de sitio ¿no?
      Por cierto, que entiendo que ya has terminado. Espero que se te haya dado bien, y si no has acabado aún, los mejores deseos. Yo espero que la próxima mudanza mía sea cuando me lleven al huerto de los pinos.

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  2. Qué buena trama, muy buenas imágenes. Y yo también me quedé con la intriga. Ya le hubiera dado a ese gato por las narices!!!
    (Y si te vuelves más loca de lo que ya estás, o el calor de Madrid te aprisiona las neuronas y se te ocurre publicar en inglés, pues me avisas y te doy mil manos. Ni se te ocurra matarme hasta que te entregue las últimas revisiones. Luego, me empujas a la neblina).
    Abrazos, buena mudanza, ¡buen comienzo! 🙂

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  3. Pues yo te digo que Madrid no está mal, cada sitio tiene su encanto y lo importante es la gente que te rodea, ni más ni menos. Hay gente que lleva 40 años viviendo en Madrid y sigue renegando, me parece mucho tiempo malgastado, mucho mejor dejarse llevar y disfrutar de lo que te ofrezca cada sitio. He dicho. En fin, suerte con tus nuevos proyectos.

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    • Pues ¿sabes? Ole tú. Me gusta tu forma de pensar, aunque creo que su origen de basa en la morriña de haber tomado distancia.
      De esas cosas bobas, se me pasa por la mente «cuando tú vas, yo vengo de allí…» Se nota que estoy emocionada, ¿no? Gracias, Sensi. Abrazo.

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