Republishing: El peligro de observar cual voyeur

Parece que esto ya se acaba. Una mierda, porque ahora tengo que empezar a currarme nuevas entradas. Soy perezosa y, para compensar, sincera. He disfrutado volviendo al pasado para releer las grandes obras que fueron creadas gracias a la intervención de otros artistas, pero ya solo me queda una. Como colofón final, os traigo el relato que creé alrededor del dibujo que hizo con total libertad Valeria para mí. Esta escritora e ilustradora es realmente inspiradora, además de buena persona. ¿Sabéis que después de leer lo escrito gracias a ella quiso hacerme dos dibujos más? Lo que os digo, de esas personas que escasean en el mundo. Si no la conocéis, podéis hacerlo en detalle si os paseáis por su blog «Los Labios de Valeria». Os llevaréis de regalo el erotismo que desprende, que no es poco, ya os lo digo.

Sin más dilación…

«No, un momento. Antes intenta aprovecharte de los que tengan ganas de leer», dice la voz de mi cabeza. A veces es más astuta que yo y a veces se pasa. ¿Os podéis creer que me sugiere que, hasta que no me votéis, no os permita degustar del relato? A tanto no llego. Podéis votarme si queréis en la categoría de arte y cultura, aquí os dejo el enlace.

 Votar en los Premios Bitacoras.com

Y si no queréis, al menos disfrutad de lo nuestro.


17 de mayo de 2016

El peligro de observar cual voyeur

valeria para henar

Cuando se han escrito un buen puñado de historias, las ideas tienden a repetirse, o peor, a esfumarse. Los antiguos métodos para invocar a las musas dejan de funcionar y no queda más remedio que salir a la calle a buscar algo especial entre lo rutinario de la vida. Es el motivo por el que me encuentro sentada en un banco desgastado del parque, contemplando a la gente. Tiene su morbo, sobre todo por los dos jóvenes que no han podido esperar a dar rienda suelta a sus ganas y han tomado como su paraíso el césped bajo la sombra de un roble. Es posible que ya haya encontrado a mis personajes.

Tomo el cuaderno, que descansaba a mi lado, y sin dejar de mirarlos, los describo con la pluma, o lo intento, porque cachonda no es fácil concentrarse. Ella es terriblemente guapa, con un pelo negro y rizado enmarcando la piel clara de su cara. Si Él se apartara un poco, quizás podría decir algo más, además de que me muero por probar sus labios. Los labios de Él tampoco están nada mal. Tampoco me importaría sentirlos por mi cuerpo, mientras mis uñas rasgan las cuerdas de su torneada espalda.

Las bocinas de varios coches me sacan del trance hipnótico en el que me habían sumido y me coloco el vestido, que se había subido al involuntario abrir de mis piernas. ¿Está empezando a hacer calor o soy yo? La mujer que pasea un chihuahua se abanica. Sigo su ejemplo con mis páginas en blanco, pero no ayuda. Podría ir a casa y darme una ducha fría, sin embargo, no quiero. No todos los días se contempla en primera fila la pasión que desprenden dos desinhibidos dioses. De aquí no me muevo. Ya me liberaré luego al recordarlo.

No pierdo detalle de las manos que recorren las pieles bajo la ropa, y la besan, y la muerden, y yo suspiro, quizás demasiado alto. Los ojos de Ella dejan de estar entornados y se encuentran con los míos. Tierra trágame para así poder apartar la vista. Cuando creo que me va a llamar mirona pervertida, como poco, y advertir a su chico, me sonríe. Deseo devolverle el gesto, pero lo único que puedo hacer es soltar el labio que mantenía atrapado entre mis dientes.

Con su dedo índice, que no corazón, me hace un gesto para que me acerque, sin que el que tiene entre sus brazos se percate. Está demasiado entretenido haciendo un reguero de lujuria desde su cuello hasta el escote.

Entre la respiración agitada que sale de la boca de Ella, leo un «ven», que bien podría ser un «que te den», y ambas cosas ahora mismo las codicio. No obstante, no puedo dar crédito. Mi cara tiene que ser poesía, porque ríe. ¿Me está vacilando? La respuesta parece ser no al susurrarle algo a su pareja. Él se gira para mirarme por unos eternos segundos e invitarme finalmente a su reunión íntima.

El corazón, con su rápido martilleo, amenaza con abrir un hueco en el pecho para escapar. ¿Escapo yo también? ¿Voy con ellos? ¿Me quedo aquí? La tercera opción es la mejor, porque no creo ser capaz de moverme.

Se levantan. ¿Vienen? Ay, madre.

– Hola, guapa –me saluda Ella al sentarse junto a mí.

– Hola –dice Él también al colocarse a mi otro lado.

Mi mente se cortocircuita. Miro al frente, mejor dicho al vacío, o a mi interior y a las imágenes que se fraguan en él, fantasías en las que me encuentro, como ahora, entre ellos, pero a mucha menos distancia. Me obligo a abandonarlas y reaccionar. Les devuelvo el saludo y me disculpo.

– No hay nada que perdonar –dice Él, no sé si para calmar mis nervios, pero funciona. Después pregunta–: ¿Te gusta mirar?

– ¿A quién no le gusta el erotismo en directo? A ver, que no es que vaya por ahí esperando encontrarme parejitas acarameladas. De hecho es la primera vez.

– ¿Y te ha excitado?

Es curiosa, la morena.

Asiento con sinceridad y me callo que lo sigo estando, y puede que incluso más.

– Estamos hospedados a dos manzanas de aquí. ¿Querrías acompañarnos?

¿Qué ha dicho? ¿Quieren que me vaya con ellos a un hotel? ¿A qué?

– Yo… Es que… No debería.

– ¿Por qué? ¿No quieres divertirte?

La suave mano de Ella se posa en mi pierna, en mi muslo, al ras de la tela. ¿Cómo voy a resistirme así, sin dejar de imaginar lo que pasaría si subiera unos pocos centímetros?

– Quiero divertirme –sentencio dejando que el deseo se haga con la razón.

Me levanto, se levantan y dejo que me guíen. Habían dicho que su hotel no estaba lejos, pero el camino se me hace terriblemente largo, a pesar de las vistas traseras que ofrecen.

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Mi corazón se desboca de nuevo, y al haber aprendido que romper las costillas es complicado, quiere salir por la boca. ¿No podían haber hecho un ascensor un poco mayor? Siento el aliento de Ella en mi nuca, en todas partes después del estremecimiento que me provoca. Aguanto la respiración y miro los números creciendo en la pantalla del lateral. 1, 2, 3, 4, 5… En el séptimo piso, las puertas se abren y puedo tomar aire, aire que no esté impregnado de sus exquisitos aromas. Todavía no quiero embriagarme.

– ¿Quieres tomar algo? –pregunta la dama tras abrir con la tarjeta y dejarme pasar.

Quiero beber de vosotros. ¡Hala! Parece que ya estoy borracha de ansia.

– No, estoy bien. Gracias –respondo silenciando mi anterior pensamiento–. ¿Podría usar el baño?

– Claro.

Delante del espejo contemplo el rubor de mis mejillas y me pregunto qué narices estoy haciendo. El reflejo me devuelve una sonrisa traviesa.

«Estás aquí porque quieres jugar. ¿Qué hay de malo en ello?»

«Hay…»

«Sssssh. Calla. Sal ahí. Creo que ya han empezado sin ti. ¿Quieres perdértelo?»

Giro el picaporte con lentitud, anticipándome a lo que me espera tras la madera. Él ya está desnudo y Ella arrodillada a sus pies, sosteniendo su polla y lamiéndola en toda su longitud.

– ¿Quieres probarla? –me pregunta–. Hay para ambas.

Esta vez no dudo en salvar distancias, pero antes me deshago del vestido. Dejo que caiga al suelo y descubro que no solo me gusta mirarlos, sino que también me observen en mi parcial desnudez. Mis pezones se enduceren al contacto de sus ojos, a cada paso.

Mi boca se encuentra al fin con la de varón. Nos besamos, no sin dejar de sentir las manos de Ella subiendo por mis piernas, que a su suavidad empiezan a aflojarse. Hace el mismo recorrido, pero esta vez de descenso, arrastrando a su paso mi tanga hasta los pies. Doy un paso hacia atrás para salir de él, separándome del ardiente beso, pero quiero más, también quiero conocer el sabor de Ella.

Bajo a su altura, y teniéndola tan cerca creo que voy a caer en el agujero negro de sus pupilas. Para que no ocurra o caigamos juntas, tomo su cintura y la atraigo. Noto sus pechos contra los míos. Noto su excitación en la lengua, y noto ese mismo sentimiento en la mirada cargada de vicio que Él nos dedica. No nos olvidamos de su presencia. Y recompensamos su paciencia. Compartimos su dureza, a cuatro manos y dos paladares. Le arrancamos rugidos a turnos.

Nos bañamos en saliva y otros néctares. Nadie queda sin catar. Nada que no sea pasto del antojo del placer de otro. Somos un concierto de gemidos a piernas abiertas. Y ya no sé quién se encuentra entre ellas. Tenía que ser la fémina. Tenían que ser sus dedos los que me roban la consciencia a gritos.

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Ella también chilla al recibir en su interior a su pareja de una sola estocada. La beso para dar un trago de sus jadeos. Lo beso y me propongo ayudarlo para que Ella termine de enloquecer. Desde esa posición, a cuatro patas, puedo alcanzar su empapado clítoris y lograr que vibre. Sus piernas tiemblan. El terremoto se acerca, con el tsunami que luego conlleva. Nos inunda con sus oleadas de gozo.

Todavía faltaba un último asalto para finalizar las carnales horas. Como si fuera a resistirme al ataque, Ella me sujeta las manos por encima de la cabeza. Él coloca mis piernas en sus hombros y con ese fácil acceso, me llena. Deseo tocarlo, quizás incluso clavar mis uñas en su torso, pero es imposible. Como si no estuviera deshaciéndome en calambres de placer, Ella los aumenta con la danza que se trae entre labios con mis pechos. La electricidad me recorre. Con diez cargas más, me desarma y explotamos.

Mientras nos recomponemos y recuperamos el resuello y la cordura, permanecemos tumbados en una maraña de cuerpos y sábanas. Se nota que ellos tienen mejor estado físico porque tardan menos en volver a su estado natural.

– Ha estado bien, ¿no?

¿Bien? ¿Solo bien? Ha sido algo indescriptible. Cuando intente escribirlo, mis palabras no lo harán justicia.

– Habrá que repetirlo –le responde y la besa con ternura en el hombro.

Lo repetimos, no ese día, que estaba agotada, pero sí los cuatro días que les quedan de vacaciones. No hacen mucho turismo, o si acaso, solo por las calles de mi carne.

Además de follar, también nos conocemos y reímos, y todo dentro de esas cuatro paredes, y el servicio, naturalmente. Voy a echar de menos la bañera, pero más les voy a extrañar a ellos.

En el aeropuerto nos despedimos entre abrazos, prometiendo que iré a visitarlos, y no demorándome en exceso.

En dos semana me tienen allí, en su isla de lascivia, con la excusa de la presentación de uno de mis libros. En un mes vuelvo porque quiero tomar el sol en sus playas, mentira pura y dura. Diez días después porque como yonqui necesito de mi adicción.

Por duodécima vez regreso al apartamento que alquilé para mis escapadas. Tantas noches llevo ansiando su recibimiento, que solo deseo encontrarlos en el sofá, incapaces de esperarme.

– ¿Vamos a jugar a escondite? –pregunto al no hallarlos.

Voy a la habitación y un grito se escapa de mi garganta. Él y Ella cuelgan de la viga del techo, desnudos, atados por los pies, con innumerables cortes por todo el cuerpo, goteando aún sangre encima de la cama ahora roja. Están muertos. Joder. Joder. Joder.

Escucho un ruido en el baño. No. Joder. El asesino sigue aquí. ¿Por qué no corro? ¿Por qué no cojo el cuchillo que aún sigue encima del calado colchón para defenderme? Estoy petrificada, y solo puedo apretar los dientes al lento abrir de la puerta.

– Hola, cariño.

– Tú… –acierto a decir únicamente.

Mi marido me sonríe de una forma que nunca había visto y que me aterroriza.

– ¡Sorpresa!

– ¿Has hecho tú esto?

– Sí. ¿Te gusta? Lo he hecho por ti.

– ¿Por mí? Pero ¿qué demonios…?

– ¿Creías que no estaba al tanto de tu historia con el par? Debía terminar, lo sabes, y se me ocurrió darle el final al que tienes acostumbrados a tus lectores.

40 comentarios en “Republishing: El peligro de observar cual voyeur

  1. Henar, me veo constreñido a darte tan solo un voto moral. No estoy inscrito en ninguna de las redes que dan opciones al voto real. Sé que esto te vale de poco, pero sabe al menos mi intención.
    Y deseando que quedo leer tus nuevas criaturitas.
    PS.- ¿Para cuándo el onirismo del chupasangre?

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  2. Varias cosas: la primera cuando te pasa una cosa así lo más natural es llamar a tu amiga tejas para que te acompañe, segunda con tanta descripción me he tenido que dar una ducha de agua fría y tercero y último ¿quieres hacer el favor de dejar de matar a la gente? No podías poner un punto y final cuando os despertáis?

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  3. Ahhhhhhhh!!! Después me acusan de que mato a mis personajes… Henar, me mataste. Me encantó este relato y las ilustraciones de Valeria como siempre muy apropiadas y muy suyas. Brutal, amiga… Brutal!!! (con porras y todo).

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