Quiero romperme los huevos al chocar contra ti

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Dimas se despierta descolocado, no solo por la extraña postura que había tomado en la cama, también porque ya no está seguro de lo que ocurre, de si está aquí o está allí, si ha dormido siquiera o si todavía está soñando. La embriaguez, que prevalece desde anoche, no ayuda. No es que lo vea borroso, está demasiado nítido.

Estuvo con los amigotes viendo el partido y celebrando que su equipo había ganado. Llegó a casa a eso de las cuatro de la mañana y, viendo que no iba a alcanzar su destino: su colchón, se dejó caer en el sofá.

Unas manos lo trajeron de vuelta al mundo de la consciencia. Era su mujer, Charo, limpiándole la baba a la vez que sonreía. Llevaba su vestido favorito y Dimas reconoció que estaba guapa con todo el maquillaje que encubría sus arrugas.

 —¿Quieres que te prepare unos huevos rotos?  —le preguntó a su esposo, porque bien lo conocía y sabía que el alcohol siempre le daba hambre.

Quiero romperme los huevos al chocar contra ti, pensaron los cubatas que él llevaba encima.

 —Prefiero comerte a ti —respondió él, que de normal era incluso más comedido.

El gran esfuerzo de subir al dormitorio mereció la pena. Tuvieron el mejor sexo de sus treinta años de casados.

Cómo para no amanecer extrañado.

Dimas se obliga a comprobar si está su mujer, tropieza y cae por las escaleras. Grita su nombre y, al no venir en su ayuda, se siente agradecido. Significa que Charo sigue muerta y en su tumba desde su anterior aniversario.

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