No se lo cuentes a nadie

Untitled design(21)Me ha pasado una cosa muy rara, susurraba, pero me tienes que prometer que no se lo dirás a nadie. No quiero que piensen que he perdido un tornillo.
No estaba segura de querer saberlo. Qué oño, claro que quería.
Ivón, entre espasmos causados por el nerviosismo, me relataba lo que le había pasado la noche anterior, haciéndome creer que, efectivamente, había perdido más de un tornillo, si no era el juego entero. Decía que la niebla, que surgió de la nada, había hecho desaparecer a un hombre, y no solo eso, después también la persiguió a ella.
– Cariño, vivimos en Galicia. Aquí la niebla es densa… La niebla no mata, solo causa accidentes… Tu imaginación te ha jugado una mala pasada… Deja de leer a Stephen King… Ya verás como te cruzas mañana con ese hombre por la calle…
Cuando se fue de mi casa, parecía más tranquila.
Llamé a Nadia para contárselo. Dijo que no se lo dijera a Nadie, Nadia no era Nadie, era Nadia. Nadia era mi confidente. Siempre le contaba todo, como Ivón hacía conmigo. Sabía que era de fiar porque ella guardaba algunos de mis secretos. Y además, me apetecía reírme del tema.
Al día siguiente cuando fui a ver qué tal estaba Ivón, no la encontré en su casa. La neblina maligna ataca de nuevo, dije de broma para mí, ya que no había nadie en los alrededores que pudiera disfrutar de mis gracias, o quizás sí. Cuando estaba dispuesta a salir a la calle, antes de abrir la puerta del portal, me percaté que el día soleado había desaparecido y en su lugar estaba todo estaba cubierto de ese manto brumoso y blanquecino. Había aparecido de la nada, como dijo Ivón, y apenas me dejaba ver lo que sucedía en el exterior. ¿Y si todos estaban desapareciendo? Recordé que en las películas de miedo, siempre está el tonto que no cree nada y se aventura a demostrar que todos están a salvo, obteniendo una muerte horrible. No iba a ser yo, mejor que fuera Nadia. Le mandé un mensaje para que viniera, a lo que me contestó que enseguida salía. Me senté en las escaleras a esperar por largo rato. Me estaba empezando a preocupar cuando uno de los vecinos de Ivón entró por la puerta.
– Perdone. ¿Puedo hacerle una pregunta?
– No tengo tiempo.
– No, no es una encuesta. Solo dígame si ha visto algo sospechoso ahí fuera.
– ¿Sospechoso?
Tuve que explicarle mi repentino miedo. No nos conocíamos y me daba igual que pensara que estaba loca. El tonto de la película me demostró que no. Salió a la calle y se quedó al lado del cristal, saludándome con una sonrisa que desapareció cuando la niebla lo envolvió, ese ácido o lo que fuera. La verdad es que no parecía doler, no gritaba, aunque su cuerpo se parecía bastante a una pastilla efervescente. Me dio tiempo a hacer un vídeo con el móvil. Así me creerían. Así podría advertirlos.
El vídeo se hizo viral en las pocas horas que estuvo en YouTube. Las horas que tardé en comprender que lo que les mantenía a salvo era no saber, ignorar que la niebla te puede asesinar. Lo quité, pero era demasiado tarde. Los que no vieron mi vídeo u otros que habían aparecido, lo vieron en persona, leyeron o les hablaron de ello. En tres días un diez por ciento de la población murió, hasta que comprendieron que las calles eran suyas, salvo los días de viento.